DISCURSO DEL SANTO
PADRE JUAN PABLO II
A LOS
PARTICIPANTES EN EL CONGRESO SOBRE
TRATAMIENTOS DE
MANTENIMIENTO VITAL Y ESTADO VEGETATIVO
20/03/04
Ilustres señoras y
señores:
1.
Os saludo muy cordialmente a todos vosotros, participantes en el congreso
internacional sobre "Tratamientos de mantenimiento vital y estado vegetativo:
avances científicos y dilemas éticos". Deseo dirigir un saludo, en particular, a
monseñor Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia pontificia para la vida, y
al profesor Gian Luigi Gigli, presidente de la Federación internacional de
asociaciones de médicos católicos y generoso defensor del valor fundamental de
la vida, el cual se ha hecho amablemente intérprete de los sentimientos comunes.
Este
importante congreso, organizado conjuntamente por la Academia pontificia para la
vida y la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos, está
afrontando un tema de gran importancia: la condición clínica denominada "estado
vegetativo". Las complejas implicaciones científicas, éticas, sociales y
pastorales de esa condición necesitan una profunda reflexión y un fecundo
diálogo interdisciplinar, como lo demuestra el denso y articulado programa de
vuestros trabajos.
2.
La Iglesia, con gran estima y sincera esperanza, estimula los esfuerzos de los
hombres de ciencia que se dedican diariamente, a veces con grandes sacrificios,
al estudio y a la investigación para mejorar las posibilidades diagnósticas,
terapéuticas, de pronóstico y de rehabilitación de estos pacientes totalmente
confiados a quien los cuida y asiste. En efecto, la persona en estado vegetativo
no da ningún signo evidente de conciencia de sí o del ambiente, y parece incapaz
de interaccionar con los demás o de reaccionar a estímulos adecuados.
Los
estudiosos consideran que es necesario ante todo llegar a un diagnóstico
correcto, que normalmente requiere una larga y atenta observación en centros
especializados, teniendo en cuenta también el gran número de errores de
diagnóstico referidos en la literatura. Además, no pocas de estas personas, con
una atención apropiada y con programas específicos de rehabilitación, son
capaces de salir del estado vegetativo. Al contrario, muchos otros, por
desgracia, permanecen prisioneros de su estado, incluso durante períodos de
tiempo muy largos y sin necesitar soportes tecnológicos.
En
particular, para indicar la condición de aquellos cuyo "estado vegetativo" se
prolonga más de un año, se ha acuñado la expresión estado vegetativo permanente.
En realidad, a esta definición no corresponde un diagnóstico diverso, sino sólo
un juicio de previsión convencional, que se refiere al hecho de que, desde el
punto de vista estadístico, cuanto más se prolonga en el tiempo la condición de
estado vegetativo, tanto más improbable es la recuperación del paciente.
Sin
embargo, no hay que olvidar o subestimar que existen casos bien documentados de
recuperación, al menos parcial, incluso a distancia de muchos años, hasta el
punto de que se puede afirmar que la ciencia médica, hasta el día de hoy, no es
aún capaz de predecir con certeza quién entre los pacientes en estas condiciones
podrá recuperarse y quién no.
3.
Ante un paciente en esas condiciones clínicas, hay quienes llegan a poner en
duda incluso la permanencia de su "calidad humana", casi como si el adjetivo
"vegetal" (cuyo uso ya se ha consolidado), simbólicamente descriptivo de un
estado clínico, pudiera o debiera referirse en cambio al enfermo en cuanto tal,
degradando de hecho su valor y su dignidad personal. En este sentido, es preciso
notar que el término citado, aunque se utilice sólo en el ámbito clínico,
ciertamente no es el más adecuado para referirse a sujetos humanos.
En
oposición a esas tendencias de pensamiento, siento el deber de reafirmar con
vigor que el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no
cambian, cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un
hombre, aunque esté gravemente enfermo o se halle impedido en el ejercicio de
sus funciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás se convertirá en
un "vegetal" o en un "animal".
También nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en la condición
clínica de "estado vegetativo" conservan toda su dignidad humana. La mirada
amorosa de Dios Padre sigue posándose sobre ellos, reconociéndolos como hijos
suyos particularmente necesitados de asistencia.
4.
Los médicos y los agentes sanitarios, la sociedad y la Iglesia tienen, con
respecto a esas personas, deberes morales de los que no pueden eximirse sin
incumplir las exigencias tanto de la deontología profesional como de la
solidaridad humana y cristiana.
Por
tanto, el enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o de su fin
natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica (alimentación,
hidratación, higiene, calefacción, etc.), y a la prevención de las
complicaciones vinculadas al hecho de estar en cama. Tiene derecho también a una
intervención específica de rehabilitación y a la monitorización de los signos
clínicos de eventual recuperación.
En
particular, quisiera poner de relieve que la administración de agua y alimento,
aunque se lleve a cabo por vías artificiales, representa siempre un medio
natural de conservación de la vida, no un acto médico. Por tanto, su uso se debe
considerar, en principio, ordinario y proporcionado, y como tal moralmente
obligatorio, en la medida y hasta que demuestre alcanzar su finalidad propia,
que en este caso consiste en proporcionar alimento al paciente y alivio a sus
sufrimientos.
En
efecto, la obligación de proporcionar "los cuidados normales debidos al enfermo
en esos casos" (Congregación para la doctrina de la fe, Iura et bona, p. IV),
incluye también el empleo de la alimentación y la hidratación (cf. Consejo
pontificio "Cor unum", Dans le cadre, 2. 4. 4; Consejo pontificio para la
pastoral de la salud, Carta de los agentes sanitarios, n. 120). La valoración de
las probabilidades, fundada en las escasas esperanzas de recuperación cuando el
estado vegetativo se prolonga más de un año, no puede justificar éticamente el
abandono o la interrupción de los cuidados mínimos al paciente, incluidas la
alimentación y la hidratación. En efecto, el único resultado posible de su
suspensión es la muerte por hambre y sed. En este sentido, si se efectúa
consciente y deliberadamente, termina siendo una verdadera eutanasia por
omisión.
A
este propósito, recuerdo lo que escribí en la encíclica Evangelium vitae,
aclarando que "por eutanasia, en sentido verdadero y propio, se debe entender
una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la
muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor"; esta acción constituye siempre
"una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y
moralmente inaceptable de una persona humana" (n. 65).
Por
otra parte, es conocido el principio moral según el cual incluso la simple duda
de estar en presencia de una persona viva implica ya la obligación de su pleno
respeto y de la abstención de cualquier acción orientada a anticipar su muerte.
5.
Sobre esta referencia general no pueden prevalecer consideraciones acerca de la
"calidad de vida", a menudo dictadas en realidad por presiones de carácter
psicológico, social y económico.
Ante
todo, ninguna evaluación de costes puede prevalecer sobre el valor del bien
fundamental que se trata de proteger: la vida humana. Además, admitir que se
puede decidir sobre la vida del hombre basándose en un reconocimiento exterior
de su calidad equivale a reconocer que a cualquier sujeto pueden atribuírsele
desde fuera niveles crecientes o decrecientes de calidad de vida, y por tanto de
dignidad humana, introduciendo un principio discriminatorio y eugenésico en las
relaciones sociales.
Asimismo, no se puede excluir a priori que la supresión de la
alimentación y la hidratación, según cuanto refieren estudios serios, sea causa
de grandes sufrimientos para el sujeto enfermo, aunque sólo podamos ver las
reacciones a nivel de sistema nervioso autónomo o de mímica. En efecto, las
técnicas modernas de neurofisiología clínica y de diagnóstico cerebral por
imágenes parecen indicar que en estos pacientes siguen existiendo formas
elementales de comunicación y de análisis de los estímulos.
6.
Sin embargo, no basta reafirmar el principio general según el cual el valor de
la vida de un hombre no puede someterse a un juicio de calidad expresado por
otros hombres; es necesario promover acciones positivas para contrastar las
presiones orientadas a la suspensión de la hidratación y la alimentación, como
medio para poner fin a la vida de estos pacientes.
Ante
todo, es preciso sostener a las familias que han tenido a un ser querido
afectado por esta terrible condición clínica. No se las puede dejar solas con su
pesada carga humana, psicológica y económica. Aunque, por lo general, la
asistencia a estos pacientes no es particularmente costosa, la sociedad debe
invertir recursos suficientes para la ayuda a este tipo de fragilidad, a través
de la realización de oportunas iniciativas concretas como, por ejemplo, la
creación de una extensa red de unidades de reanimación, con programas
específicos de asistencia y rehabilitación; el apoyo económico y la asistencia a
domicilio a las familias, cuando el paciente es trasladado a su casa al final de
los programas de rehabilitación intensiva; la creación de centros de acogida
para los casos de familias incapaces de afrontar el problema, o para ofrecer
períodos de "pausa" asistencial a las que corren el riesgo de agotamiento
psicológico y moral.
Además, la asistencia apropiada a estos pacientes y a sus familias
debería prever la presencia y el testimonio del médico y del equipo de
asistencia, a los cuales se les pide que ayuden a los familiares a comprender
que son sus aliados y luchan con ellos; también la participación del
voluntariado representa un apoyo fundamental para hacer que las familias salgan
del aislamiento y ayudarles a sentirse parte valiosa, y no abandonada, del
entramado social.
En
estas situaciones reviste, asimismo, particular importancia el asesoramiento
espiritual y la ayuda pastoral, como apoyo para recuperar el sentido más
profundo de una condición aparentemente desesperada.
7.
Ilustres señoras y señores, para concluir, os exhorto, como personas de ciencia,
responsables de la dignidad de la profesión médica, a custodiar celosamente el
principio según el cual el verdadero cometido de la medicina es "curar si es
posible, pero prestar asistencia siempre" (to cure if possible, always to care).
Como
sello y apoyo de vuestra auténtica misión humanitaria de consuelo y asistencia a
los hermanos que sufren, os recuerdo las palabras de Jesús: "En verdad os digo
que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
A
esta luz, invoco sobre vosotros la asistencia de Aquel a quien una sugestiva
fórmula patrística califica como Christus medicus; y, encomendando vuestro
trabajo a la protección de María, Consoladora de los afligidos y consuelo de los
moribundos, con afecto imparto a todos una especial bendición
apostólica.